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Coser (y bordar) para mi

Una de las cosas que te ocurren cuando haces cosas con las manos es que te pasa la vida haciendo cosas para los demás. Sobre todo en caso como el mío que no vendo, ni voy a ferias ni hago spam. Entre encargos, regalos, cosas de primera necesidad y lo que tejo para Lana Connection, apenas me queda tiempo para si quiera plantearme hacer algo para mi.
Pero este verano me hice un propósito, y era aprender a usar «de verdad» la maquina de coser. Hasta ahora nos habíamos peleado, pero coser coser no lo habíamos hecho mucho la verdad. Una semana en manos de Lucía de Como Molo (hermana de lana, de maquina de coser y de la vida en general) y aprendí lo que no aprendí en años de ver yutubes (cosa que reafirma mi impresión de que ni internet ni tutoriales escritos podrán jamas sustituir al profe en persona, a la experiencia en la vida real). Y con lo básico me volvía a Madrid, con el propósito de coser durante una semana con un reto diario. Pero esto os lo cuento en otro post.

Y el ultimo fin de semana de mis vacaciones empezó el proyecto en si, el vestido para Clara (para mi misma vamos!) Y esta es la crónica visual de mi vestido, desde el teñido de la tela hasta el bordado a mano.
Desde que DMC me regalara un kilo de hilos de bordar mouliné estaba buscando el proyecto perfecto. y tras una crisis de bordado importante (casi un año sin bordar) esta era la ocasión especial.

Todo empieza con una pieza de lino rústico blanco. Pero como la intención era estrenar el vestido en una boda, pues ese color estaba descartado desde el principio (y que no soy yo muy de blanco, todo hay que decirlo). Teñí la pieza con tinte negro sabiendo que no quedaría demasiado oscuro, y el resultado es este color pizarra que tanto me gusta, todo fruto, un poco, de la casualidad.

El corte del vestido tenia que ser muy sencillo, de inspiración japonesa y de confección rápida ya que no tenia mucha ayuda y poco tiempo.

Instalé el centro de costura en la casa del pueblo, y entre bicis y pelotas de piscina, en los ratos de siesta del pequeño me cosí el vestido.

Y como me sobró tela, aproveché para hacer unas bolsas sencillas para llevar la labor, que siempre hacen falta. Una de ellas es realmente grande porque la iba a necesitar para guardar el vestido en el proceso de bordado.

Llegado el momento de decidir el motivo del bordado, me dio un poco de pánico con todos esos colores y el miedo a estropear el vestido… Esta crisis al vestido en blanco (en negro en realidad) y el miedo a destrozarlo es algo que no me suele ocurrir, que me encuentro mucho en mis talleres de bordado y que siempre animo a mis alumnos a superar. Pero ya se sabe, en casa del bordador…

Pero las musas son imprevisibles, y a mi me llegaron en forma de rojo, del color de las fresas y de los pimientos de la huerta, del red velvet de Sweet Place y de la lengua de los Rolling Stones. En Castilla en verano está lleno de amapolas, que son el recuerdo de los paseos por el campo, de los sembrados de trigo y girasoles.  y las amapolas lo llenaron todo.

Muchas hojas de papel manchadas, muchas capturas de foto y alguna muestra real después ya lo tenia claro, las amapolas eran las elegidas. Y ya de vuelta a Madrid, empecé a bordar en el coche (Nota mental: bordar en el coche no es fácil, es peligroso y no cunde mucho, por si os sirve de consejo)
Poco a poco la cosa empezó a tener forma y estuve bordando a ratos (el trabajo, los viajes y dormir, que no se nos olvide dormir!) hasta que casi la víspera de la boda terminé la ultima flor.

Para mi es complicado encontrar ropa que realmente me guste, y cuando la encuentro no es fácil tener talla, hay que arreglarla, con lo que me sale muy caro o muy trabajoso. Así que cuando me probé el vestido ya terminado estaba tan contenta y tan orgullosa de mi misma (esto no suele ocurrir muy a menudo a una persona perfeccionista y autocrítica como yo, pero estoy aprendiendo a superarlo, poco a poco…) Llevo sin ir de compras para mi una eternidad, entre la maternidad y la post maternidad. Pero este vestido merecía unos zapatos rojos, de esos de «como en casa no hay ningún sitio», de Caperucita por el bosque o de bailar claqué clandestino en el descansillo del ascensor. Y los encontré, y me enamoré de ellos, y se vinieron conmigo.

Y como en las bodas es tradición (esto me lo apropio para mi sin ser la novia ;), «algo prestado» por una amiga, como un bolso caja, «algo viejo» como el chal que me hizo hace 6 años mi madre, y «algo azul» como el cielo que tuvimos en la celebración después de 5 días de clima gallego.

Mas chula que un ocho, arrugada y un poco cansada de la preboda, pero feliz!
y creo que se me ha curado eso de la crisis de bordar, pero no lo voy a decir muy alto….

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